Lo más fresco que existe
La pelota de bolos rodó por el canal.
Soledad y Victoria se miraron. El lenguaje corporal de Victoria le indicó a Soledad que estaba cansada. Tenía los brazos caídos. Se sentó en la banca del frente. Los sonidos de las personas que jugaban bolos esa tarde les servía de música de fondo, después sólo se escuchaba la canción de Paulina Rubio que se había puesto de moda el verano pasado.
- Ya vamos -dijo Victoria.
Soledad hizo rodar la bola con fuerza. Casi se resbala. Se dio media vuelta y dijo:
- Vicky, ya hemos pagado la hora y recién han pasado cinco minutos.
- Pero es que me equivoqué. Odio los bolos.
Victoria estaba deprimida, había sido idea suya salir con Soledad y pensó que ir a los bolos le iba a levantar el ánimo.
- Quiero irme.
- ¿Qué te pasa? -Soledad recogía los bolos y los lanzaba. Se iban por el canal. Resultaba molesto e inútil.
- ¿No podemos ir a tomar un helado o algo?
Soledad dejó caer el pesado bolo en el canal donde se iría de todos modos. Miró a su hermana menor con la cara triste y las ojeras de los que tienen un problema grande que no puede compartir con nadie. Tendría que prender una velita misionera en la iglesia si es que estaba embarazada. Eso se estilaba entre sus amigas de la universidad.
En la calle se ponía la tarde y por la bajada Balta se veía el potente sol que moría entre destellos rojos y turquesas. Soledad y Victoria caminaron entre la gente abrigadas con casacas livianas por la brisa que corre en otoño. Sin embargo se veía el sol, como un atardecer que se escapó del verano y vino a morir en otoño. Un chico se quedó mirándolas y casi se tropieza.
Después de dar unas vueltas se metieron a Café Z. Victoria se quedó mirando el anuncio de un desodorante para mujeres que decía: “lo más fresco que existe desde que se inventó el pudor”. Soledad le preguntó a su hermana qué iba a pedir y Vicky, sin mirar la carta, pidió un capuchino.
Decidió que ya había guardado aquel secreto suficiente tiempo. No podía aguantar tanto sin hablar con alguien de confianza. Después de todo, Soledad era la persona en la que más confiaba. Era su mejor amiga y su hermana. Al fin y al cabo su secreto y el motivo de sus pesares no podían ser tan graves.
- Sole, hay algo que no le he dicho a nadie…
Cuando empezó el discurso, Soledad ya intuía de qué se trataba. Se mantuvo callada mientras Vicky explicaba las razones y los por qué. No hay peor cosa que enamorarse de un primo, o un tío, o una persona casada. Soledad se lo dijo. Luego empapó su defensa con argumentos tipo: es un capricho de la adolescencia, sólo tienes diecinueve años y, el más fuerte de todos, no puedes enamorarte de alguien que está por casarse. Dos palabras que no se pueden ignorar en una conversación: puedes y tienes. Soledad sonó convencida.
- ¿Hace cuánto se ven?
- Desde el año pasado.
Soledad asintió.
- ¿No has pensado en que tienes que dejarlo?
Vicky escondió la cabeza entre sus brazos. Llegó el capuchino y el café que habían pedido. Vicky se repuso, miró al mozo y le agradeció. Luego le dijo a su hermana:
- Pienso en eso todo el día.
Soledad hizo un gesto de asco, simuló que era el café y le echó una cucharadita más de azúcar. Victoria continuó sin probar el capuchino.
Soledad, al notar lo serio que iba el asunto, preguntó:
- ¿Le vas a contar a mamá?
Vicky negó con la cabeza.
- Escucha… -Soledad se acomodó en la silla, inclinó un poco el cuerpo hacia delante y dijo- ¿Te acuerdas cuando…?
- ¡Claro que me acuerdo!
Algunos en Café Z voltearon hacia la mesa, el mozo que las había atendido se quedó mirándolas un buen rato. Las dos estaban bonitas. Tenían bonito pelo, bonita ropa. Buen cuerpo, buenas fachas. Soledad y Victoria estaban buenas.
- Ya hablé con él de eso, hemos hablado mucho. Lo que tengo con él es distinto.
Intercambiaron miradas. Por debajo de la mesa Soledad daba pequeños golpes contra una de las patas de la mesa. Vicky le preguntó si podía dejar de hacer eso. Soledad lo dejó.
- Vicky, sabes lo que tengo que hacer.
- ¿Qué vas a hacer? -preguntó, después de darle un sorbo a su capuchino.
- Voy a ir a casa a contárselo a mamá.
- ¿Qué?
- Lo que haces está mal.
- ¿Qué?
- Simplemente está mal.
- Cuando tú pasaste por lo mismo yo no se lo conté a nadie.
- Yo nunca estuve con él.
- Pues yo sí…
Acabaron rápido el café. Caminaron hasta la avenida Arequipa. Pasaron por el letrero que decía: “lo más fresco que existe…”. Soledad y Victoria se miraron. Vicky se preguntó si de verdad iba a hacerlo. Soledad pensó en qué cara iba a poner su mamá. Cuando el carro que tenían que tomar pasó, Vicky se quedó boquiabierta mirando a Soledad subir.
- Perra.
El bus se alejó.
872 palabras
La pelota de bolos rodó por el canal.
Soledad y Victoria se miraron. El lenguaje corporal de Victoria le indicó a Soledad que estaba cansada. Tenía los brazos caídos. Se sentó en la banca del frente. Los sonidos de las personas que jugaban bolos esa tarde les servía de música de fondo, después sólo se escuchaba la canción de Paulina Rubio que se había puesto de moda el verano pasado.
- Ya vamos -dijo Victoria.
Soledad hizo rodar la bola con fuerza. Casi se resbala. Se dio media vuelta y dijo:
- Vicky, ya hemos pagado la hora y recién han pasado cinco minutos.
- Pero es que me equivoqué. Odio los bolos.
Victoria estaba deprimida, había sido idea suya salir con Soledad y pensó que ir a los bolos le iba a levantar el ánimo.
- Quiero irme.
- ¿Qué te pasa? -Soledad recogía los bolos y los lanzaba. Se iban por el canal. Resultaba molesto e inútil.
- ¿No podemos ir a tomar un helado o algo?
Soledad dejó caer el pesado bolo en el canal donde se iría de todos modos. Miró a su hermana menor con la cara triste y las ojeras de los que tienen un problema grande que no puede compartir con nadie. Tendría que prender una velita misionera en la iglesia si es que estaba embarazada. Eso se estilaba entre sus amigas de la universidad.
En la calle se ponía la tarde y por la bajada Balta se veía el potente sol que moría entre destellos rojos y turquesas. Soledad y Victoria caminaron entre la gente abrigadas con casacas livianas por la brisa que corre en otoño. Sin embargo se veía el sol, como un atardecer que se escapó del verano y vino a morir en otoño. Un chico se quedó mirándolas y casi se tropieza.
Después de dar unas vueltas se metieron a Café Z. Victoria se quedó mirando el anuncio de un desodorante para mujeres que decía: “lo más fresco que existe desde que se inventó el pudor”. Soledad le preguntó a su hermana qué iba a pedir y Vicky, sin mirar la carta, pidió un capuchino.
Decidió que ya había guardado aquel secreto suficiente tiempo. No podía aguantar tanto sin hablar con alguien de confianza. Después de todo, Soledad era la persona en la que más confiaba. Era su mejor amiga y su hermana. Al fin y al cabo su secreto y el motivo de sus pesares no podían ser tan graves.
- Sole, hay algo que no le he dicho a nadie…
Cuando empezó el discurso, Soledad ya intuía de qué se trataba. Se mantuvo callada mientras Vicky explicaba las razones y los por qué. No hay peor cosa que enamorarse de un primo, o un tío, o una persona casada. Soledad se lo dijo. Luego empapó su defensa con argumentos tipo: es un capricho de la adolescencia, sólo tienes diecinueve años y, el más fuerte de todos, no puedes enamorarte de alguien que está por casarse. Dos palabras que no se pueden ignorar en una conversación: puedes y tienes. Soledad sonó convencida.
- ¿Hace cuánto se ven?
- Desde el año pasado.
Soledad asintió.
- ¿No has pensado en que tienes que dejarlo?
Vicky escondió la cabeza entre sus brazos. Llegó el capuchino y el café que habían pedido. Vicky se repuso, miró al mozo y le agradeció. Luego le dijo a su hermana:
- Pienso en eso todo el día.
Soledad hizo un gesto de asco, simuló que era el café y le echó una cucharadita más de azúcar. Victoria continuó sin probar el capuchino.
Soledad, al notar lo serio que iba el asunto, preguntó:
- ¿Le vas a contar a mamá?
Vicky negó con la cabeza.
- Escucha… -Soledad se acomodó en la silla, inclinó un poco el cuerpo hacia delante y dijo- ¿Te acuerdas cuando…?
- ¡Claro que me acuerdo!
Algunos en Café Z voltearon hacia la mesa, el mozo que las había atendido se quedó mirándolas un buen rato. Las dos estaban bonitas. Tenían bonito pelo, bonita ropa. Buen cuerpo, buenas fachas. Soledad y Victoria estaban buenas.
- Ya hablé con él de eso, hemos hablado mucho. Lo que tengo con él es distinto.
Intercambiaron miradas. Por debajo de la mesa Soledad daba pequeños golpes contra una de las patas de la mesa. Vicky le preguntó si podía dejar de hacer eso. Soledad lo dejó.
- Vicky, sabes lo que tengo que hacer.
- ¿Qué vas a hacer? -preguntó, después de darle un sorbo a su capuchino.
- Voy a ir a casa a contárselo a mamá.
- ¿Qué?
- Lo que haces está mal.
- ¿Qué?
- Simplemente está mal.
- Cuando tú pasaste por lo mismo yo no se lo conté a nadie.
- Yo nunca estuve con él.
- Pues yo sí…
Acabaron rápido el café. Caminaron hasta la avenida Arequipa. Pasaron por el letrero que decía: “lo más fresco que existe…”. Soledad y Victoria se miraron. Vicky se preguntó si de verdad iba a hacerlo. Soledad pensó en qué cara iba a poner su mamá. Cuando el carro que tenían que tomar pasó, Vicky se quedó boquiabierta mirando a Soledad subir.
- Perra.
El bus se alejó.
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